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Decido irme y me voy

El poder dejar una relación de maltrato vino determinado por dos decisiones y mucha lucha. Pero lo que quiero contar aquí es el valor que tuvieron para mi esos dos momentos en que algo dentro de mi cambió. El primero sucedió cuando supe que esa relación no era buena para mi, que estaba inmersa en una guerra en la que yo iba perdiendo por mucho y que no tenía fuerzas para echarlo de mi vida, pero aún así lo haría. 

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El ser capaz de ver mi "relación" con otros ojos fue posible porque durante una semana visité mi país de origen y pasé un rato con gente que me quería y respetaba. Eso fue suficiente para saber que lo que yo tenía con ese hombre no podía ser llamado relación y que, desde luego, no quería nada más con él. Desde ese momento, aunque desde fuera pudiese parecer que no hacía nada porque no conseguía echarlo -sí que rompí con él, pero le daba igual- yo tenía claro mi objetivo, y sabía que me iba a llevar algo de tiempo volver a tener fuerzas para imponer mi deseo de libertad frente al suyo de ignorarme y poseerme al mismo tiempo.

Como aprendí en un taller sobre el maltrato, un patrón que repiten los maltratadores es el aumento de la violencia en el momento en el que la víctima lo quiere dejar. Eso pasó en mi caso también. En el mismo día en que él supo que lo quería dejar su actitud cambió radicalmente. El maltrato psicológico pasó a ser agresión verbal directa, la forma de tratarme totalmente despectiva y me atacó de formas que compartiré en otro artículo algún día. La consecuencia fue que estuve dos meses en cama sin poder moverme. Mi cabeza iba a mil por hora día y noche, sabía que estaba al límite de perder la razón pero algo dentro de mi era más fuerte y siguió luchando. Tenía pesadillas horribles y sensaciones estremecedoras todo el día. Mi corazón estaba cerrado y no podía sentir ni evocar ninguna sensación bonita. Sólo sentía muchísimo miedo, amargura y vacío. Intentaba escribir para sacar lo que llevaba dentro, pero no era capaz de redactar una frase con sentido. Pero aguanté. No tenía ningún motivo para creer en mi futuro, y aún así lo hice. Estaba sola, con mala salud, sin familia ni amigos en un país extranjero. El maltratador era una persona peligrosa, yo no sabía de sus actividades pero sabía que lo era. Y boxeador. 

Dos cosas me mantuvieron a flote: saber que había fuerza dentro de mi, en algún lado, y el estar decidida a librarme de él.  

Como no quiero aburrir con detalles, iré lo más directa que pueda. Durante esos dos meses en cama y los dos y medio siguientes, sus mentiras y manipulaciones siguieron. Me hizo de esa forma todo el daño que pudo. Siguió entrando en mi piso sin avisar en medio de la noche, siguió dándome órdenes e insultándome. Pero lo preveía, y de esa forma no me dañaba tanto; mi objetivo seguía siendo el mismo. Fui ganando fuerzas poco a poco y me atreví a hacer cosas que sabía que le molestarían para verme capaz, por un lado, y saber que él era previsible, por otro. 

Al tercer mes cogí un avión y le conté a unos amigos mi problema. Desde ese momento, cada semana mi amiga me llamaba por teléfono y eso me sirvió de conexión con la realidad exterior, y yo le contaba mis avances, por pequeños que hubieran sido. 

Al cuarto mes conseguí sacarle las llaves del piso. Durante este tiempo llegaron las violaciones y la violencia física. Mi objetivo era el mismo y, aunque yo era un trapo en todos los sentidos, seguí adelante.

Como se ve, el hecho de que yo hubiese recuperado las llaves no fue el fin, porque él seguía llamando al teléfono y a la puerta y yo, sintiéndome una marioneta, le cogía el teléfono o le abría la puerta. 

Hasta que quince días después, desesperada por este hecho, busqué en internet "why can't I leave this relationship?" y un vídeo al que le debo muchísimo apareció en Youtube. Explicaba que era por la adicción que se crea en el cerebro en las relaciones tóxicas. Se busca la recompensa del maltratador, que llega de forma aleatoria, y eso crea una adicción muy grande en el cerebro. Comprendí dos cosas: mi subordinación ante él se debía a una adicción, así que podía ponerle fin yo sola. Siendo tan mental como soy y no disponiendo todavía de ningún sentimiento como dolor, rabia, odio o hastío (seguía anestesiada y lo estaría varios meses más) esta información me dio todo lo que necesitaba para no abrirle la puerta nunca más. La segunda cosa que comprendí fue que esa relación de la que me quería librar tenía un calificativo: maltrato.

El saber que el nombre era "maltrato" me llevó a buscar en internet los pasos a seguir en una situación así. Poco podía hacer, ya que no tenía círculo de conocidos. Pero sí me fui otra semana a mi país. 

Lo más importante es que desde el mismo momento en que entendí esas dos cosas pude decirle, por séptima y definitiva vez, que esa "relación" no iba a seguir adelante porque yo no lo quería ni él a mi. Y nunca más le abrí la puerta ni le cogí el teléfono. 

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