Un taller para mujeres maltratadas
Al mes o así de haberle puesto nombre a mi situación -maltrato- se lo dije a mi profesora de holandés. Ella me indicó el nombre de la asociación para mujeres maltratadas. Allí acudí y, tras una charla de una hora más o menos, la asistenta social me dijo que me iba a anotar a un curso para mujeres maltratadas. Eso era como junio o julio, y el curso empezó en noviembre. No sabía qué esperar de dicho taller, pero algo tenía que hacer. Estaba acudiendo a una psicóloga que me estaba sirviendo de nada (más adelante encontré a otra mejor), por lo que lo mínimo que podía hacer era ir al curso.
Allí había dos asistentas sociales llevando el grupo, y unas ocho mujeres empezamos el curso.
De todo lo que nos contaron, me quedé con algunas cosas:
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El maltrato le puede pasar a cualquier persona, de cualquier nivel social y profesión, siempre que se den las circunstancias adecuadas para ello. Eso estuvo muy bien saberlo. El estigma social es que eso le puede pasar, sobre todo, a gente sin autoestima. Y es parte de los requerimientos, cierto. Pero hay mucho más.
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La "espiral de violencia", ese es el nombre que daban a como se desarrolla una relación abusiva, sigue unos patrones muy marcados y nos habían pasado a todas las del grupo. Dolía mucho saber esto, ver cómo se había dado todo según un guión, pero en el fondo sirvió mucho para marcar la experiencia con el nombre "maltrato" y conectarme con el dolor aunque fuese momentáneamente.
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Las pesadillas son normales en esa temporada. Esta parte fue una especie de alivio. Llevaba unos ocho meses con pesadillas y pensaba que iba a acabar muy mal. En mi caso cesaron en gran parte cuando volví a tener a mi perrito en casa. Puede que algún día me anime a contar todas esas experiencias sutiles, ya que fueron una parte importante y difícil durante esa época.
Pero no es ese el motivo por el que comparto la experiencia de este taller. Lo mejor y sanador fue lo siguiente:
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Compartir historia con otras mujeres que estaban en una situación parecida. El ver que ni yo ni ellas juzgábamos me permitió abrirme. Nadie me estaba diciendo "¿porqué no denuncias?" ("porque estoy al borde del colapso" era la respuesta, por cierto), o "eso os pasa a las hippies"/"hay que valorarse un poquito más" ("también te puedes ir a la mierda, digo yo", es mi otra respuesta). En cambio, podía contar mi historia, expresar mi dolor y mi rabia y un grupo de mujeres lo estaba recibiendo y abrazando. Ante un dolor tan grande como el que se sufre durante un maltrato, no ha habido nada hasta el momento que me haya permitido paliarlo y darle el cariño necesarios como esos momentos en el grupo de mujeres.
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Perder el miedo a los hombres. Cualquier hombre nuevo me daba miedo, la lógica no aplicaba ahí, y habían pasado ya seis meses desde que me había librado del maltratador. A mediados del curso vinieron dos entrenadores personales para ayudarnos a recuperar la confianza en nuestro cuerpo, en nuestro día a día, y darnos también algo de clases de defensa personal. Cuando vi que por la puerta de ese espacio seguro entraban dos hombres me encogí de incomodidad. Pero al comprobar que estaban ahí con el corazón abierto, queriendo ayudar y sin juzgarnos, volví a confiar en el género masculino. No necesité mucho tiempo; esto posiblemente se hubiese dado de haber tenido yo un entorno social de confianza, en donde conoces a gente de forma habitual. Sea como fuere, gracias a ellos pude llevar una vida más sana y con menos sobresaltos de ahí en adelante.